Un testimonio en carne viva: Ing. Noé Peniche Patrón rememora el clima, los riesgos y las decisiones que marcaron una de las páginas más trágicas de la historia reciente de México.
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De la redacción/OGY: Mérida, Yucatán.
En el marco de un nuevo aniversario del 2 de octubre de 1968, el ingeniero Noé Peniche Patrón revive con memoria clara y tono reflexivo aquellos días decisivos que antecedieron a la tragedia de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco.
Desde su perspectiva personal y como parte activa del movimiento estudiantil, Peniche Patrón compartió al Observador Gráfico Yucatán, detalles poco contados sobre las decisiones, advertencias y contextos que rodearon esa jornada histórica.
“¿Dónde pasaron el 2 de octubre los dirigentes estudiantiles?”, se pregunta Peniche Patrón. La respuesta remite a las oficinas ubicadas en el Carrillón del Casco de Santo Tomás, lugar emblemático que, al finalizar las Fiestas Patrias de 1968, se convirtió en centro de reunión política y estudiantil.
En aquel septiembre, figuras destacadas de la oposición mexicana encabezaron “gritos alternativos” en diversas universidades, en abierta crítica al régimen de Gustavo Díaz Ordaz. En la UNAM, el ingeniero Heberto Castillo —presentado irónicamente como “el presidentito” por su parecido con el mandatario— encabezó el acto. Ambos, señala Noé Peniche, eran hombres inteligentes, pero en bandos opuestos de un país convulsionado.
La intención inicial de trasladar el acto al Plaza de las Tres Culturas fue, en palabras del testimonio, anunciar la Tregua Olímpica. Sin embargo, también buscaba exigir la salida del Ejército Mexicano del Casco de Santo Tomás, única instalación que —pese al decreto de desocupación— seguía bajo control militar.
El entonces rector Javier Barros Sierra advirtió sobre los riesgos de esta concentración, calificándola como una posible provocación, sobre todo ante la agitación impulsada por el Partido Comunista.
Fue en ese contexto cuando un grupo de dirigentes estudiantiles, entre ellos el propio Noé Peniche, fueron invitados a un seminario en la República de Alemania. “Tal vez para protegernos de lo que veían venir”, señala. No se trató de una consulta, sino de una advertencia: participar en la concentración podría significar rechazo, persecución o algo peor. Aceptaron la invitación y salieron del país días antes de la tragedia.
El relato que hoy transmite se basa también en la crónica del periodista Don Mario Menéndez, testigo cercano de los hechos, complementada por los comentarios de Rodrigo Menéndez, publicados en la Revista Peninsular.
“Todo comenzó al llegar un día antes al aeropuerto de Colonia, Alemania”, recuerda Noé. Allí, la delegación mexicana fue recibida por el alcalde de Múnich, ciudad que en 1972 sería sede olímpica.
Durante una comida oficial, el alcalde lanzó una pregunta que hoy, a la distancia, resuena con ironía y presagio: “Con tanta violencia en su país, ¿creen que se celebren los Juegos Olímpicos en México 1968?”
Peniche Patrón recuerda cómo en esa mesa nadie imaginó que, cuatro años después, Múnich sería escenario de una masacre en la Villa Olímpica, cuando un comando terrorista atacó a la delegación israelí.
Narra la llamada entre el primer ministro de Alemania y la entonces líder de Israel, Golda Meir, quien pidió proteger a su delegación con firmeza: “Sea buen anfitrión, asistimos con el compromiso de que los protegerían. Devuélvame a todos con vida”.
La historia es conocida: aquella promesa no se cumplió. Y desde la distancia, Noé reflexiona sobre cómo los vientos de violencia y tensiones internacionales de finales de los sesenta marcaron destinos inesperados, tanto en México como en el mundo.
Este testimonio forma parte del libro “1968: Para que no se olvide y no se repita”, donde el ingeniero Peniche Patrón recopila memorias personales y hemerográficas sobre la Primavera de Praga, el Mayo Francés, las protestas globales contra la Guerra de Vietnam y el clima internacional que influyó en el Movimiento Estudiantil Mexicano.
“Fue el mundo que nos tocó vivir en la década de los sesenta”, concluye. “Una herida que no cicatriza. Una historia que debe contarse para que nunca vuelva a repetirse”…(OGY)